viernes, 7 de agosto de 2009

Oo. Lo gris: escapar


¿Sentido o destino?

¿Casualidad o causalidad?

¿Porque o por qué?

¿Vida o razón?




Nueve

Hasta la última de las nuevas vacunas de Derek había sido utilizada, y él y Alice habían acabado encerrados en una pequeña jaula.

Era sin duda la antigua jaula de algún animal, quizá de un zoo, quizá de un circo, Derek hasta llegó a pensar que podía hasta tratarse de la jaula del lobo con el que se cruzaron, pero los olores de la cercana montaña de basura tapaban cualquier rastro que el animal podría haber podido dejar. Alice se preguntaba por qué el clan de capturadores no los habían matado ya, aunque los rastros de sangre en las jaulas adyacentes y la siempre existente escasez de alimentos le habían dado algunas pistas sobre su destino. Estos días habían escuchado comentarios sobre una inminente gran batalla y sobre los planes de los Once Grandes Jefes Clan para adentrarse en la Mansión Esperanza, no lejana del campamento donde estaban. La denominación “campamento”, que es como habían oído llamar al amasijo de chabolas, tiendas y personas resultante de la alianza de once clanes, era una evidente sobrevaloración, y Derek, que aún no estaba acostumbrado a tales panoramas, había estado asustado en un principio. Alice, al contrario del médico, había tenido una vida nómada y había pertenecido a un clan. Se preguntó si uno de los once clanes allí reunidos era el que había exterminado a Thor y compañía... y si no hubiera sido mejor sucumbir junto a ellos. Si iba a servir como comida, preferiría estar muerta. Además, si descubrían que era capaz de regenerarse, la tomarían como una fuente inagotable de alimento, condenándola a una vida de sufrimiento eterno.

Además, ya no había vacunas. Los Once Grandes Jefes Clan y algunos afortunados habrían hecho uso de ellas cuestionando su acción tan poco como el ataque que planeaban contra la Mansión Esperanza. Y, sin las vacunas, todo volvía a estar como al principio: perdido.

Sólo Derek, que últimamente había estado callado y agarrado a su mochila vacía de antivíricos como un niño que se agarra a su muñeco en la tormenta, le proporcionaba consuelo. Él sentía algo por ella, y, aunque Alice no se estaba segura sobre si aquel sentimiento era o no mutuo, no había rechazado ni uno de los tristes besos, ni una de las apagadas caricias. El médico profesaba un sincero cariño desesperanzado, pero estaba callado y triste. Los dias encerrados habían pasado lenta, muy lentamente.

Pero hoy, Derek estaba diferente. Una pequeña chispa le brillaba en los ojos: parecía jugar con una idea, sin atreverse a formularla, pero planeándola, echando miradas fogosas a donde yacía Alice. Hasta había bebido cuatro grandes tragos del cacharro de agua sucia que les daban cada mañana.

Por la tarde, cuando les echaron una lata de atún pasada de fecha como única comida, Derek habló al fin.

-Escapamos esta noche.

Alice se giró hacia él. Confiaba en el médico. Asintió con la cabeza.

-¿Cómo? –susurró.

Derek se le acercó rápidamente y la miró a los ojos. Se miraron durante un corto tiempo, entonces Derek le levantó la barbilla cariñosamente y se inclinó besándola en los labios. Alice, no poco sorprendida, cerró los ojos, notando cómo sus nervios se apelmazaban en su boca, en el punto de fusión, notando el suave masaje de los labios, el abrazo de las lenguas, los pinchazos de la barba... y él se separó de nuevo, lentamente, abriendo los ojos después que ella, saboreando el momento.

-Sangraré por nosotros -contestó al fin.

Alice supo que era una locura, que Derek había sufrido demasiado y que no tenía fuerza, que su ojo y su pierna le dolían, pero el beso la había paralizado. Agachó la cabeza, comprendiendo que había caído en su trampa.

-Aún no hemos perdido, ¿verdad? –consiguió decir. Sonrió tímidamente.

Derek sonrió a su vez.

-Será complicado, pero aún queda la antivacuna.

Alice comprendió. A parte de las nuevas vacunas, en las mochilas habían llevado vacunas convencionales, latas de comida, píldoras energéticas y frascos de sangre ácida. Y antivacunas. Al capturarlos y encerrarlos, habían luchado por la mochila con uñas y dientes, lanzándoles los últimos frascos de sangre, pidiendo, suplicando, pero no les habían hecho caso. Como burla, les habían dejado en la jaula la mochila con todo aquello que consideraban inútil. Y, tras comprobar sus efectos, las antivacunas les parecieron extremadamente inútiles.


Alice, que había confundido el líquido rojo con sangre de Derek, preguntó. Derek le había explicado que, para no correr los mismos riesgos que en la vacuna anterior, su padre había desarrollado un suero que anulaba los efectos de la nueva vacuna, devolviendo a la persona al primer estado, un estado en el que la FE seguía activa y el riesgo a FED volvía a estar latente.

A partir de aquella antivacuna, la creación de la nueva vacuna se vería facilitada. No era ni mucho menos lo mismo que la vacuna, había explicado Derek, pero en buenas manos, la antivacuna era mejor que nada.

Y, mientras perdurase la esperanza, el viaje no habría terminado.

___

La sangre goteaba sobre el extremo inferior del tercer barrote, fundiéndolo entre siseos. Cuando Alice pudo al fin moverlo con un crujido, arrancaron un trozo de tela y ataron con fuerza el corte en el brazo. La tela se fundió un poco, pero el corte no era profundo: al fin y al cabo, no habían necesitado mucha sangre.


Dejaron todo atrás, siempre siguiendo el sonido de las olas, con la noche cerrada sobre ellos, ocultándolos. No les vió nadie, no habían guardias. Al parecer, los once clanes preparaban realmente un ataque, y toda persona capaz de blandir un arma reunía fuerzas esa noche.


La luna estaba alta cuando llegaron a la orilla.

Las nubes se reunían. El horizonte marino se fundía en la negrura.

Eran él, ella y unas pocas jeringuillas escarlatas.


A lo lejos, se adivinaban las vallas de la Esperanza.

___



Malkin oía, olía, sentía y veía todo.

Había aprendido a controlar su hipersensibilidad nerviosa para liberarla en batallas como ésa. No llevaba camiseta para así absorber a través de la piel toda la información que los golpes de aire le proporcionaban de su alrededor. Notaba una bala metros antes de que impactara sobre su cuerpo, dándole tiempo de sobra para esquivarla. Podía ver cada gota de sangre que salpicaba a su alrededor, oler cada cuerpo sudoroso, escuchar los latidos de corazones y adivinar así las intenciones de los que lo rodeaban. Se movía como una serpiente, esquivando y golpeando, en un océano a cámara lenta. Oyó un silbido tras él y se agachó, girándose y esquivando la cuchillada, golpeando después la muñeca que sujetaba el cuchillo y apropiándose del arma. Un potente rodillazo del general tumbó a su enemigo. Un garrote que se acercó por la derecha y falló el golpe. Su portador cayó al suelo, el cuchillo de Malkin profundamente clavado en el pecho.

Entonces, se le acercó alguien diferente. Era un hombre menudo, sin duda importante por su ropaje, que llevaba una pistola uzi en una mano y una barra metálica en la otra.


Sin embargo, no era eso lo que escamaba a Malkin, sino sus ojos: no eran rojos.


¿Uno “de los otros” había conseguido una vacuna? ¡¿Cómo?! No tuvo tiempo para pensarlo. El golpe de la barra metálica, demasiado fuerte como para no ser consecuencia de una FE, retumbó en el suelo como un terremoto. Malkin casi no consiguió esquivar las balas que llovieron a su alrededor. Una flecha perdida se clavó junto a pierna. Le había rozado el musculoso torso, arañándolo, y sus nervios hipersensibilizados le enviaron un tsunami de dolores arrolladores al cerebro, despertando una ira ciega. El hombre menudo cogió ahora la barra y la pistola con la misma mano y disparó mientras golpeaba. Malkin lo esquivó, pero escuchó el impacto de balas sobre carne detrás suya. Un brutal golpe lateral de la barra ante el que Malkin había retrocedido destrozó a otro soldado más. Fue más de lo que el general pudo soportar.

Su pie, levantando una estela de polvo, barrió el suelo y las piernas de su enemigo, tumbándolo en el suelo y haciéndole soltar las armas. Aún en el giro, Malkin agarró la barra y, con toda la potencia centrífuga, la descargó sobre la cabeza del enemigo tumbado. El metal tocó suelo tras atravesar el cráneo.

El Gran Jefe murió al instante.


Malkin esquivó otra flecha y, entonces, entre todos los gritos y disparos, el viento le trajo al oído una voz. Era una voz de mujer, una voz cargada de amargura, de pérdida. Era un grito desesperado.

-¡¡No!! ¡¡No me hagas esto!!

Sin saber por qué, Malkin se movió hacia ella.

-Te quiero, Alice –dijo una voz de hombre. -Pero debe ser así.

Estaba cerca. Estaba en medio de la batalla. Absorto por los gritos desgarradores, Malkin no notó cómo unas balas le atravesaban el cuello. Una flecha se clavó en su abdomen. El dolor era insufrible.

-Derek... –la voz de ella lloraba.

-Alice... –contestó él, apenas un susurro.


Malkin corrió hacia ellos sintiendo cómo el destino lo arrastraba hacia aquellas personas, cómo le arrancaba su vida. Acabó con varias personas en su carrera.


Y, finalmente, a través de un velo de luz, los vió.


Ahí estaban: una mujer, un hombre.


Un suspiro brillante.



Lo Gris, parte 9: escapar.
Jens de Fries.

1 comentario:

  1. ahggggg que le vas a hacer al pobre derek???
    Anita YES WE CAN!!!!

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