lunes, 27 de julio de 2009

Oo. Lo gris: espulgar


El don es ser insensibles ante el destino
Y poder tomar decisiones.


El don es ser superiores a la felicidad

Y poder buscar el destino.



Ocho
-Hacía tanto que no lo veía... –suspiró ella.

-No es lo que era –comentó él.

-Nada lo es –respondió ella.

Él la miró a los ojos, pero ella seguía observando el mar, sumida en pensamientos.

-Tienes razón –admitió. –Pero nosotros podemos cambiarlo.

Ella no respondió. Prácticamente todas las vacunas de su mochila se habían roto: sólo se habían salvado las de Derek. Pero él había perdido el ojo derecho y cojeaba. Ella se había recuperado, pero largas cicatrices grises le surcaban la cara recordando las garras que la habían arañado.

-Está todo sucio –dijo evitando una lata.

Se habían puesto en marcha otra vez. La arena les dificultaba la marcha, pero avanzaban más rápido que escalando ruinas. Además, ahora Mansión Esperanza no tenía perdida: era seguir recto. Unas gaviotas sombrías los sobrevolaban, esperando obtener algo de ellos. Alice se dió cuenta de que, si bien las ruinas habían sido una buena defensa ante ojos ajenos, ahora todo el mundo podía verlos. Si alguien los encontraba, se fijaría en los tres ojos sanos. Los atacarían y les quitarían la mochila, encontrando la vacuna e inyectándosela sin escuchar lo que tuvieran que decir, echando por tierra las esperanzas restantes.

-¿No conoces la fórmula? –había preguntado Alice una vez.

-Fue mi padre el que la desarrolló. Fui ayudante.

-Pero... ¿no te la enseñó? ¿Por si acaso?

Derek explicó que, nada más descubrirla, habían hecho rápidamente las pruebas necesarias y habían subido al helicóptero.

-¿Por dónde quedaba vuestro laboratorio?

Derek señaló hacia el oeste, en dirección contraria al mar. Ella asintió.

-¿Cómo pudo caerse vuestro helicóptero? –murmuró. –¡Cómo!

-A veces me pregunto –dijo Derek mientras avanzaban. –Si no fue el destino.

Ella lo miró.

-No creo en el destino. Ya no.

Él la miró.

-Me hizo encontrarte.

Ella siguió mirándolo, y sonrió.

-He escuchado que hay muchas tribus en la costa. Es peligroso.

-No podemos hacer otra cosa más que seguir avanzando –dijo Derek ajustándose el pañuelo que le rodeaba la cabeza, cubriéndole el ojo muerto. –Y confiar.

-Confiar –repitió Alice. -¿En qué?

Pero Derek miraba hacia adelante, aterrorizado.
Alice le siguió la vista.

-Ahora mismo... en que aquellos hombres sean agradables –respondió al fin, una ola fría bañándole los pies.
Delante de ellos se alzaban los miembros de una tribu costera.

___

Un hombre se retorcía en el suelo, presa de espasmos. Le habían alcanzado con una bala, pero no había muerto. Malkin le disparó en la cabeza, acabando con su sufrimiento. Los atacantes habían sido rechazados una vez más, pero un soldado había muerto entre las llamas de un cocktail Molotov. Malkin no se permitió lamentarlo, otros días había pedido a más hombres. Había sido una victoria sospechosamente fácil.

-Retirada –dijo con voz potente.

El escuadrón se retiró tras las vallas electrificadas pasando por el portón. Durante las próximas horas, “los de afuera” se encargarían de retirar y llorar a los muertos, dejando de atacar. Sin embargo, eran muchas las tribus que odiaban y envidiaban Mansión Esperanza, y muchas vivían en sus bordes esperando obtener la cura. Miss Myrt no lo había permitido en sus largos años como presidenta de la Mansión, argumentando que así evitaría explosiones en los bordes de la Mansión. Además, una vez curadas las tribus que los atacaban, vendrían otros de “más afuera”, y no tenían las vacunas suficientes como para gastarlas en ellos también. Nadie discutía nada a Miss Myrt que, aunque de forma inflexible, había dirigido sin ningún incidente desastroso la Mansión desde su apertura. Los tiempos requerían una mano dura, y Myrt era perfecta para desempeñar ese papel.
“Los otros”, como se refería a “los de afuera”, tendrán que esperar a que encontremos una segunda, verdadera cura, solía decir.

Malkin dudaba que ese dia llegara. Dudaba que llegara antes de que “los de afuera” consiguieran derribar todas las vallas, todas las defensas, y adentrarse locos de desesperanza al lugar al que, buscando una cura, traerían su desastre y el de los demás.

Tras pasar los controles de desinfección y seguridad, Malkin se quitó su traje y fue directo a la mansión que se alzaba entre las tiendas de campaña grises. Los refugiados lo miraban esperanzados, pero se asustaron al ver su expresión sombría. Sin hacer caso a los murmullo, Malkin atravesó las tiendas en zig-zag.
Poco después, el general llamaba a la puerta de Myrt.

-Adelante –se oyó una voz.

Malkin pasó.
Myrt, sentada ante su escritorio como un cuervo ante su presa, no levantó la vista.

-¿Qué quieres, Malkin?

-Tengo una sospecha, señora –dijo él.

-Dispara –contestó ella sin dejar de escribir sobre unos papeles. Los escasos bienes de Mansión Esperanza necesitaban ser estrictamente controlados, y Myrt contaba con una cerebro fuera de lo ordinario.

-“Los de afuera” traman algo.

Ella no se sorprendió.

-¿Qué quieres decir?

-Un ataque masivo. Siento que están reuniendo fuerzas para lanzarse sobre nosotros como nunca antes, señora.

Myrt lo miró a través de sus gafas afiladas.

-¿Cómo lo sabe, Malkin?

Malkin se movió, incómodo. Ante la presidenta, se sentía como un estudiante tonto. Sin embargo, sabía que ella confiaba en él.

-No... no sabría explicarlo, señora. Hoy los hemos rechazado con demasiada facilidad. Eran pocos. Como el agua que se retira de la costa antes de un Tsunami. Lo he notado en su forma de actuar, en su...

No supo continuar. Ahora, de repente, sus palabras le parecieron estúpidas. Pero había captado la plena atención de Myrt.

-Quiere decir... ¿que este ataque ha sido un cebo, general?

Malkin se recuperó.

-Sí, señora. Sugiero que reenforzemos las defensas para estar preparados cuando-

Una sirena les interrumpió. El sonido ululó por toda la Mansión. El vigía había visto algo desde su torre. Myrt atravesó al general con la mirada.

-No sé cómo lo hace, Malkin –dijo impresionada, y volvió a los papeles.

Malkin maldijo y salió disparado por la puerta, corrió escaleras abajo y atravesó el campamento, la sirena aullando a su alrededor como el lamento de un demonio enorme.
Alguien lo alcanzó en su carrera.

-Son cientos, señor. ¡Nunca he visto tantos!

Malkin, aunque de lejos, ya oía los gritos y destrozos.

-Nos la han jugado –respondió. –Nunca han sido tan rápidos. ¡Mierda!



No tenía tiempo de ponerse protecciones, sus hombres lo necesitaban. Tampoco cogió el rifle. Salió corriendo.
Al fin y al cabo, pensó, su facultad especial le sería más útil que un arma.




Lo Gris, parte 8: espulgar.
Jens de Fries.

5 comentarios:

  1. Pooooobre Derek =(
    Con lo bien que me caaeee!

    Ehh, jooo! quiero saber cuál es la facultad especial de Malkin >_<

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  2. :9
    Es un lisiadillo... T_T

    Juá, "continuará" (H).

    ¡Gracias por leer y comentar! :D
    (Cada vez hay menos... T_T)

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  3. Yo no me desapego de la historia Jens, la amo; me está por leer lo siguiente ya quiero ver que sigue; ningún capítulo sin suspenso y todo nuevo y coherente, eso me gusta.
    Espero el q sigue.

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  4. pobrecillos...por que los haces sufrir tanto?? jejeje por cierto derek no deberia ser inmune a su propia sangre?
    Anita yes we can

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  5. Hernán: jaja me alegro mucho que te lo parezca (!!!).

    Ana: Jajaja síi los hago sufrir... Y más que van a sufrir juojuojuo. XD

    Derek... inmune... Lo había pensado como que su cuerpo soportaba la sangre ácida por el interior, pero cuando le cae por el exterior, sobre todo al ojo, que es una parte delicada, sí que le hace daño. No sé. :D

    ¡Siento que no puedas escribir como Ana y como anónima! T_T Y gracias por comentar y leer (!).

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